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Actor, director y dramaturgo. El teatro es renovación de la conciencia.

jueves, 30 de diciembre de 2010

XIII (Adagietto de la 5ª sinfonía de G. Mahler)



Quiero escribir desde ésta orilla que me impone límites. Discernir sobre la frontera que me encierra al tacto. La vida es un horizonte nuevo cada día pero no puedo ver sobre mi piel el reflejo, la isla de mi novedad.


El silencio me envuelve y me busco allí, perdido en el espejo donde mi rostro no tiene ya lugar, donde ausculto las riberas de mi nostalgia; síntoma de polaridad que pervierte el ánimo: lo transforma, lo hechiza; lo minimiza. Lo singulariza envuelto en las sombras del rescoldo de una figura etérea.


Ese hombre que sabes ausente no soy yo ni el acertijo que te sonríe, acaso tampoco aquella adivinanza en cuyo despliegue sagaz traslapas tus recónditas quimeras.


Extravía de tu mirada a la sombra de lo que soy, mientras viajas; déjala allá enmarcada, figurando una estampa de fuego en el crisol que sucumbe al tiempo por su mal pagado y efímero amor. Pero amor: que estoy diciendo amor. Fugitivo de la templanza de cualquier rigor.


Viajero extraño soy entre tus labios que susurran laberintos integrados a la poquedad de mi paisaje. Soy el cuerpo que no quiere entrar allí, al abismo de tus ojos donde hay una otredad que nulifica mi distancia. 


Deja rediseñar mi perspectiva para encontrarte poro adentro y descubrir en la vereda las presencias que nos definen juntos; eres parte de mi encierro. Contigo evado el sentido de la oscura búsqueda: no soy aquél y tampoco estoy aquí, soy la voluntad de seguir haciendo ruido y marcar el movimiento de las cosas que te extrañan.


Imaginar en mi ventana el trazo de una ciudad que te edifica forma parte de mi nostalgia, lo sé, pero no quiero terminar la lluvia. El disco apenas va empezando y en la copa flota tu silueta inquietando al buqué que nos evade: eres la promesa que retornó ya tarde esta mañana comunicando todos los conflictos de la humanidad que se quedó pasmada tras el orgasmo etéreo de su ancestral prosapia. Pero el cristal anuncia tu retiro con el último trago que no bebí. Me quedo en el silencio, observando en el otro lado donde tampoco existo.




Qué conveniente es el antifaz de la ignorancia; glorifica la voluntad de estar en el lugar donde no te llaman y transtorna el buen hábito de amar. Somos, a la sazón, edificios que carecen de conciencia pero sin embargo flotan en idilios a ultranza, como si estuviéramos construidos de sueños escarbados por abrazos comprimidos en lo etéreo donde dibujamos nuestra soledad. ¿En qué silencio escondes tu sombra cuando el planeta se corrompe? ¿Sueñas con él o sueñas conmigo? ¿Él es la manera siniestra que tienes de controlar mi apotegma? Porque yo quiero ser el signo que defina nuestro síntoma en medio de ese mundo, y más allá de lo que queda por odiar, seguir siendo aquél chico que toma tu cintura y ajusta en un latido la profundidad del mar.


El tiempo absorbe al infinito para regalarnos nubes donde reposar en el colchón. Allí vaciamos nuestra ausencia, asumida en la distancia de lo que inasible nos persigue; recuerdo y memoria que no son lo mismo: la memoria sabe mientras el recuerdo inventa. Tú eres el objeto de lo que padece mi presencia. Tu nombre se escribe en el viento alrededor de la silueta que invento. ¿Cómo pronunciarte?


Dentro de un cuarto ahogado de ti me paseo, descifrando el momento tras el intento en que me pierdo, arrinconando mi impulso contraído a fuerza de no obtener lo que llamo. A cada paso adivino los tuyos contenidos en suspiros que anuncian la piel desahuciada, impresa en un bosquejo de papel que arrugó tu huella cuando tiró a la vida. ¿Entiendes lo que es vivir en la nostalgia y reflexionar solamente en medio del camino, cuando se mira hacia abajo? Encuentras desiertos sumergidos en el corazón. La soledad no es sólo tuya pero todo mundo la padece, más sin embargo nada más uno la vive; cada cuál con la suya, en su pertrecho cosecha esas huellas que le sembró la ausencia. No vivimos al tiempo con desenfado sino dándole la espalda, éste nos circunda; por eso nos orientamos hacia todas direcciones en instantes que traslapan longitudes. Descifra entonces tú al silencio que dejó tu huella, persigue a ésta y enfréntala cuando la mires debajo de tu almohada sonreír.


Más allá de los sesgos que anuncian la forma, esa sombra que deambula entre tus párpados es la historia que antes olvidaste escrita entre tus labios; me pertenecía. La humedeciste con el deseo filtrado en las noches perdidas y la abonaste a tu devenir cansado, olvidando que ambos caminos, el tuyo y el mío, llegan juntos al punto de nuestro encuentro pero no se quedan.


Tormentosa añoranza de una idea que tal vez era compartida. La vida se viste del color que anhelamos y nos da en sorbos suaves y breves lo que en el fondo queremos en base a los caprichos. La humanidad es persistente al vestirse de ilusiones para derrumbar la noche y nada la conforma; ni los sueños cumplidos a base de murmurar que besamos el sudor ajeno: a regañadientes rasgamos las mentiras profesadas pero trémulas y en desencanto.


Ese que miro en el espejo es el que me observa, camina conmigo pero en dirección opuesta y se disfraza en mi ironía. Cuando doy la vuelta lo veo sumergido en misterios desnudos de una verdad que tienta a los vestigios. No llames más puerta adentro porque nadie te abrirá. Nadie habita esta conciencia muda y sin ancestros. Tampoco nadie entiende la intensidad del faro en el encausto, donde la vida es ánima derretida a perpetuidad. 


Somos al tiempo redención que pierde cima, ocultamos la maraña emocional en cualquier letanía. Oscuridad y desasosiego que sucumben; nada, vacío. Tú y yo bajo el faro: los dos ante el silencio. 


El instante es el espacio en el que estoy yo como centro de todo. 


Después de mi presencia aquí no defino ninguna otra y tampoco la contemplo: solamente te reinvento. Me confunde mi destino enterrado en pensamientos de tierra y lodo; arca melancólica que dejaron los dioses en medio del olvido constelar, vacío.


Soy olvido irrepetible y mágico; hijo de la noche que vierto sobre las horas y espera decadente las banales excitaciones cosmogónicas; estoy sólo aquí, construyendo silencios con gemidos esotéricos en búsqueda de arcanos, designios de Eros que reposan en esta piel traspasada de infinito, en cuya presencia inmutable acaricio al universo esperando a que el viento me devele tus misterios.


Desintegro mi cuerpo para fundarme en sustancia dúctil al cambio de las fórmulas y de las reacciones en cadena; necesito escapar de las costumbres y los viejos dogmas ataviados de quintaesencias: tan sólo anhelo ser la idea que se desplaza libre y completa, con causa y meta: lograr tu pubis, tu alquimia secreta.


La esperanza es el reconocimiento de todo aquello que por intangible nos motiva a abrevar de la conciencia y esperar a que suceda. Logos interno en cuya paradigmática conclusión me sumerjo en el ethos, en donde clandestino de mis propios intentos delimito mis fronteras y ellas me persuaden; no sigo sino siendo aquél misógino que entretuvo al óvulo en su propia concepción y no gestó mas que al propio infierno enunciando la exégesis que con relación a su natural discurso lo daba por descontado para los malabares existenciales; y aquí estoy, siendo lo que he dejado ayer, lastimando a la soledad que me constata.


En mí ha rumiado la espera sus antojos inefables. Muestra de senderos caminados a través de las desolaciones. Sólo he dejado estelas mal marcadas en el porvenir, y sondeado atributos descansados en retórica; he acumulado el polvo de mis armas cargadas a fuerza de confirmar mi decadencia enhiesta. Y sin embargo sigo explorando las paredes recónditas de mi fantasía en donde pretendo dibujar la esquela de nosotros dos; parsimonioso epígrafe que saluda a la confusión.


¿Cuántos detalles encontraré por la alcoba? La sublimación es un lenguaje que ya no tratamos de concentrar en nuestros argumentos vitales; sólo arrojo e insulto comprenden estas sombras de cada objeto. Nuestro corazón está repleto de simulaciones y mentiras, agravios con descrédito a cambio de un condominio usufructuado por la inoperancia de un señuelo fatuo: somos fantasmas morando a escondidas del sol, a través de nuestros cuerpos. Soberbios pederastas camuflados en batallas que ya no tienen directriz; ni siquiera la del roce exploratorio al pequeño sexo. Las perversiones se disfrazan de madurez didacta y nuestras charlas se amenizan con defenestros mal sitiados, pero somos al fin y al cabo raza humana; tránsito voluble sin fidelidad.


Convertidos en injurias los estantes, nuestro intento por aprender fue sólo un afán de impostarle improperios a las traducciones noveladas de nuestra biografía: colofón que sintetiza las preliminares de una historia que está por continuar; con revisión detallada y renovación de iniquidades corregidas y aumentadas pero con ilustraciones.


También formamos álbumes donde tejimos árboles milenarios con nuestras miradas de frente y vuelta, entre cuerpo y cuerpo la incógnita abrazaba nuestros pies; raíces sin regar hacía muchos momentos. Más que ornamento, cada recorte o pétalo aspiraba a convertirse en artilugio efectivo en aras de nuestro compromiso editorializado: enunciación de sortilegio, esas páginas decretaban nuestros amarres voz en lengua, toque a queda por el derrame de nuestra sangre de ser a ser en medio de un cerco. No era allí el cosmos, sino lo efímero y lo pagano de una procesión en éxtasis a expensas de la voluptuosidad adherida a nuestra piel. Ex libris sin lugar y fecha, sólo nombres ausentes también en el calendario.


Consumimos nuestra historia tan irremediable dando tiempo de cerrar la última hoja y dejándonos atraer por el momento que nos transformó en vestigio de cierta arqueología erótica sobre erigida en los señuelos: nuestra esquina siempre fue la de la suspensión pero insistimos en el cruce de la entrega; dejamos encima nuestros pubis.


Y ahora nos sobra distancia…


Mira, ven y asómate desde ésta ventana: allá están nuestros dos cuerpos cruzando la avenida de los reflejos que no se observan porque pertenecen a la urbe delirante que vende estatuas como rascacielos que carecen de pulso, pero se levantan por arterias expansivas en desolación: ¿cuántas soledades fundan una ciudad? ¿Quiénes somos nosotros dos y en medio la quimera? ¿Pertenecemos a esa casta de ilusos que caminan buscando la otredad?, sí. Somos tú y yo navegando a expensas del mar de concreto. Sueño ajeno que nos invita a ser turista el uno frente al otro y desconocernos cada centímetro de vida que compartimos juntos. La separación es síntoma del desasosiego consternante y mutuo; somos hijos en el génesis de la caída original, donde quedó el pecado plasmado por el desencanto universal; el sexo. 


El hombre adormece en su adolescencia las causas humanistas, sólo el ser primitivo lo alcanza en la plenitud, por siempre. Acá yo, y en frente mis enemigos: no me importa tropezar con moles de carne y hueso, masas volubles más que el tiempo: la personalidad en decadencia se asocia en fraternidades por medio de las cuales se apodera del privilegio del insulto a escala internacional. 


Pues bien, esos dos que caminan allá en medio de la ciudad desolada que nos prometió tesoros somos tú y yo, caminando a expensas de las sombras, tropezando en nuestras propias huellas. ¿Dónde quedó el conocimiento? Hartos del pasado, orientamos nuestras vidas hacia el engaño; no solamente somos ya la mentira cotidiana, sino la austeridad del continente encarnada en podredumbre. Adolecemos de caricias y certezas, somos, al final, finiquito de los sueños; es por eso que no termina nunca la renovación de la esperanza: no hemos concluido la apoteosis y estamos esperando el fin del mundo: también somos hijos del apocalipsis. Y sin embargo nos amamos.


¿Cuánto dinero cuesta tu ruindad? ¿Has visto un corazón vertiendo esperma? ¿A un óvulo cercenándose los pechos? Todo queda en símbolo de psiquiatría, en misticismo a ultranza de esoterismos camuflados de soberbia y secretos velados en la incógnita de la entre pierna: Jesucristo no pecó, lo hizo su pene erecto cuando arriba de la cruz musitaba sus oraciones al incesto.


¿Cuántas lágrimas ajenas has llorado en tu hipocresía?


Tampoco yo soy perfecto: sinónimo de la duda que anda en pie, soy el hijo desterrado por su propia inocencia llena de error la culpa. Satisfaciendo de caprichos mi esqueleto consagro ideas que tatúo en la conciencia, para no desfallecer. Vierto mi sangre en aquella oreja y la consumo después de muerto. Nadie extrañará mi ausencia, mucho menos tú tan demacrada en tu silueta; devenir cotidiano que no se encuentra.


Ahora ven aquí y disfrázate de noche, envuelve a mi cuerpo que carece y llénalo de idilios postreros con el laberinto de tu geografía impostergable; refugio lleno de opuestos que me estigmatizan.


Es la estrechez de tu firmamento en donde me pierdo inmenso y observo más allá de éstos límites en los que levanto mi mano para alcanzarte en el clímax sin descanso, siempre dentro. Palpando el cometa envuelto en pulpa en las entrañas de tu geometría.


Deslávate de mí; yo también soy el agravio.


Retiro tu salvia y tú tomas la mía; renacemos al pacto.






…Y ahora despierto y ya estoy dormido de nuevo, con los ojos abiertos. Extiendo el brazo explorando la cama para ver si te encuentro, y estás allí, desnuda y petrificada como en un cuento. ¿Cuánto tardarás en regresar?, sombra de luna en el eclipse sobre mi cabeza.


Presentimos con el tacto todas las constelaciones extensas, ante nuestros ojos omnipresentes… descubiertas.




Alejandro Esparza Farías y Espinosa.
Actor, dramaturgo, periodista y promotor cultural.
Ejerce la poesía por un extraño advenimiento
de las nostalgias que inundan la vida.
Saltillo, Coahuila. Diciembre 2010.

Un botón de mi nuevo disco: